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miércoles, 30 de mayo de 2012

Convocatoria: Este jueves un relato "En la quietud de la noche"




Una nostalgia repentina le arrebató la calma. Se recostó sobre la cama, y cerró los ojos tratando de conciliar el sueño.
Su mano se topó con el vacío que anidaba a su lado, entre las sábanas frías y prolijas. Palpó el hueco de las ausencias repetidas; la nulidad de los deseos sin horarios; la necesidad inútil de un abrazo que no viniera de sus cobijas.
Abrió los ojos, el resplandor de la luna iluminaba pálidamente su cuarto. El aire estaba impregnado de soledades ya conocidas.
Varios frascos de perfumes importados brillaban sobre la cómoda, unas flores no tan frescas en un jarrón habían desparramado sus pétalos secos sobre el piso.
Un millón de pensamientos se le atragantaron en la garganta, palabras reprimidas tantas veces, lágrimas casi siempre enmascaradas. Ella nunca había tenido derecho a los reclamos.
Una angustia avasallante le oprimió el pecho.
¿Cuántos años habían pasado? ¿Cuántas esperas había soportado?
Nunca nada había cambiado. Las raíces de ese amor solamente habían florecido en forma de hiedras que,  multiplicadas,  habían hecho de su vida un jardín desolado donde reinaban los inviernos.
La penumbra de la noche le había invadido el alma con fantasmas añorados, vio pasar todos esos momentos solitarios de su vida, como en otras tantas noches en las que ella misma había negado esa sensación de infelicidad que la asaltaba.
Pero esta vez era diferente, no pudo negarlo. Ésta vez estaba cansada de ser esa sombra expectante en la que se había convertido.  Miró los pétalos caídos. Estaban marchitos, desterrados de esa flor que había elegido irrigar su savia hacia otro lado.
La oscuridad le trajo paradójicamente esa claridad que pocas veces nos ilumina la vida para poder decidir algo.
Un llanto sanador le corrió por las mejillas, sus miedos a perderlo se habían disipado. No podría perder algo que nunca había tenido.
En la quietud de la noche vio la realidad y supo que ya estaba lista para dejarlo.

                                                                         Sindel Avefenix

Más relatos, en la quietud de la noche, en la casa de Mónica

miércoles, 23 de mayo de 2012

Convocatoria: Este jueves un relato "Replicantes"





Había perdido la noción del tiempo, sus piernas estaban acalambradas y le dolía el cuerpo. Definitivamente no iba a soportar mucho tiempo más escondido en ese pequeño contenedor.
La escasa comida que había rescatado antes de huir se le estaba terminando, y su garganta arenosa le reclamaba un poco de agua que no tenía.
Desde afuera se escuchaban los sonidos, pasos metálicos y gritos. Parecía una de esas películas de robots asesinos que había visto cuando era niño, y que tanto le gustaban. Pero no, esto era realidad y ya no le gustaba más.
Los androides se habían apoderado del mundo. Se parecían mucho a los humanos, tenían piel artificial, cabello, y usaban todos el mismo uniforme blanco. Se sentían superiores y daban ordenes sin parar. Era fácil confundirlos con la gente normal, pero él ya los tenía bien identificados.
Ya casi no quedaban seres humanos, él era uno de los últimos y lo estaban buscando. No quería salir de allí, había visto con sus propios ojos los experimentos que hacían con la gente, los cascos metálicos que les incrustaban en las cabezas, y las drogas que les suministraban para transformarlos en autómatas.  Por suerte él había logrado escapar y encontrar ese refugio para que no lo cazaran y lo transformaran en eso.
Espero, acurrucado y temeroso. Y cuando sintió que los ruidos externos habían cesado, se arrodilló en el contenedor. Tenía que conseguir algo para tomar, se estaba secando.
Lentamente abrió apenas un milímetro de la tapa que lo protegía para observar hacia afuera.  El reflejo del sol que entró por esa mirilla lo deslumbró dejándolo casi ciego. De golpe y sin tiempo a nada, la tapa salió expulsada con violencia, él quedó al descubierto y sintió que algo, como unas garras,  lo tomaban de los brazos y lo sacaban de su refugio con brutalidad.  Pataleó, gritó y se resistió, pero nadie lo ayudaba.
Le colocaron a la fuerza una camisa gruesa que lo inmovilizó llevando sus brazos hacia atrás y atándolos a su espalda, quedó anulado para defenderse. El miedo y la impotencia se adueñaron de sus sentidos, su pantalón se humedeció sin que pudiera evitarlo. Entonces una voz gruesa y firme le habló:
- ¡Mirá dónde estabas! Hace dos días que te estamos buscando Juan. Vos estás cada vez peor, vamos a tener que cambiarte el tratamiento para controlar tus alucinaciones  o  tenerte todo el día atado a la cama si seguís así.
Inmediatamente sintió un pinchazo en el cuello, su cuerpo se relajó y ya no pudo ni caminar. Estaba aletargado y adormecido.
Lo llevaron arrastrando varios metros hasta que llegaron a una entrada enorme y llena de escalones. Antes de cruzarla pudo alcanzar a leer que decía: Bienvenidos al "Hospital de Salud Mental Dr. Izarralde."
                                                                                       Sindel Avefenix

Más historias de replicantes en lo de: GUSTAVO

domingo, 20 de mayo de 2012

Laberinto




Avanzo, de a  poco, lenta y aturdida.
Estoy atrapada dentro de un laberinto construído con mis esperanzas estafadas. Las mismas se fueron convirtiendo en ladrillos macizos, multiplicados, que dejan entrever, en la altitud de los muros que se forman, solo el ocaso de los días que van sucediendose ante mí.
Mis pies van dibujando en cada paso baldosas hechas de sueños abortados, brotes engendrados en el vientre infértil de la desesperanza. Mis ojos están cegados por la lobreguez del escenario en una oscuridad autoinflingida. Sigo, lucho,  intentando vislumbrar entre las tinieblas una salida que me devuelva la paz y la dignidad que perdí. No la hay, recorro una y otra vez cada camino, cada atajo, y el final siempre es el mismo.
Desesperada comienzo a trepar la pared, la más húmeda y delgada que encuentro. Mis manos se desgarran sangrantes, pero sigo ascendiendo. Un aire gélido que viene desde abajo me roza la espalda. Cada centímetro avanzado es un pellizco de energía que me impulsa a no frenar. Empiezo a ver la claridad, no miro hacia atrás, de las paredes agrietadas por mis pasos se desprende una savia amarga que ahoga mis sentidos. Tambaleo, el cansancio es superior a mis reflejos. Estoy cerca, tan cerca de llegar.
Desde el precipicio que voy dejando atrás un grito agudo lleno de promesas afónicas me anestesia. Vuelvo mi rostro hacia ese oscuro vacío. La fascinación de esa voz profiriendo utopías próximas, que necesito creer, hace que mis piernas flaqueen y caíga.  Mientras voy cayendo busco aferrarme a algo, pero todo se desmorona convirtiéndose en  fuego líquido y borrando el camino de ascenso recorrido. 
Un puño cerrado de mentiras me aprisiona la garganta reprimiendo mis quejidos, obligándome a callar todas las voces y absorbiendo completamente mi razón. Una sombra gigante me mira vencedora, puedo ver en su pecho abierto un corazón seco y palpitante que se nutre con la sangre espesa de mi fracaso.  Sus ojos destellan el placer sádico de haberme retenido. Con maligna habilidad me manipula y me encadena a esa múltiple boca dentada que me  traga una vez más hacia el abismo de la espera y la soledad.
                                                                     Sindel Avefenix

martes, 15 de mayo de 2012

Convocatoria: Este jueves un relato "Un pacto con el diablo"




El pacto
Había vendido todas sus pertenencias, lo único que le quedaba era un lienzo blanco, algunos óleos y un pincel.
La dueña de la pensión le había pedido que dejara la habitación apenas amaneciera.
Ya sus ruegos a Dios se habían agotado, ni las musas estaban de su lado.
Se subió a la silla y anudó la soga en la viga, la colocó algo floja alrededor de su cuello. Y cuando estaba dispuesto a saltar, una sombra negra se le puso enfrente. Le ofreció la inspiración que necesitaba para crear su mejor cuadro a cambio de su alma.
El pintor aceptó el trato sin dudar, pero antes de que se diera cuenta, la sombra pateó la silla, y se llevó su alma riéndose a carcajadas.

Más pactos diabólicos en lo de: Gustavo